jueves, 14 de abril de 2011

A los rápidos del Lunahuana

Él estaba sentado, viendo como el bus hería el paisaje
a tajos
el viaje, el viento y el cielo lluvioso
            atrás
                        levantaban polvo en sentido contrario,
                                   aquel pueblo se fue para no volver
Él estaba sentado y el bus, como un microbio,
entró en su sistema
le obstruía las arterias
“está como la piel que dejan las víboras”, dijo el chófer
y el pasajero de al lado asintió mientras sus lagrimas se confundían con la lluvia
Y él reía
contando los remolinos que hacía el viento en las cabezas de la gente
sintiendo el vapor marino condensarse en los ojos de la multitud silenciosa
Y el reía
era una solida risa que rebotaba en las ventanas
pronto, sus carcajadas volvieron violentamente contra la creación
todos en ese bus estaban locos, menos él
que respiraba boca arriba, calando el aire costero
mientras, atónitos, los pasajeros lo miraban, lo auscultaban
lo tendieron cansado y desnudo
para estudiar su corazón
buscaron mal
él nació con el músculo repartido en ambos talones,
y estaban tan pisoteados, tan húmedos, tan recios, en efecto.
Y, estaba tan vital que el acto invasivo lo tenia sin cuidado
porque el río, que cuando ebrio de Pisco lo había llamado,
ahora gritaba adiós
y sus rápidos se alzaban como manos húmedas desde lo lejos
él sabía que no volvería,
y tumbado con la cabeza queriendo desprenderse de su columna,
con la columna queriendo abandonarle el cuerpo
incluso con su cuerpo queriéndolo desolar
sintió las gotas de Lunahuana lamiendo sus ojos,
arrancándole la mejilla
mientras el cielo volvía a ser sucio
y una leve convulsión le decía bienvenido a casa.

(cuadro: Giorgio de Chirico)

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